Sentirse menos.

Hace tres años escribí un post titulado «Micromachismos, microrracismos y macroestupideces» en este mismo blog.

Hoy me he acordado de él.

Recuerdo que aquel día escribí ese post enfurecida tras vivir una experiencia profundamente machista, racista y xenófoba en un concesionario donde me terminé yendo cuando ya no aguanté más, y eso que considero que tengo mucha, mucha paciencia en el trato con otras personas cuando sé que, en el fondo, están trabajando y parte de mi quiere pensar que lo están haciendo lo mejor que pueden.

Este año la experiencia ha sido medio nefasta solo, ya que los comerciales con los que he hablado hasta cerrar la compra de mi coche fueron en todo momento correctos, amables y diría que hasta agradables, a pesar de que el proceso es, se pongan como se pongan, verdaderamente tedioso.

Fui a un par de concesionarios yo sola y, no contenta con la negociación, terminé decidiendo ir a otro. Finalmente, tragué con la idea de que me iría mejor si me acompañaba yankimarido durante esa tarde, pero agradecí de mil amores que el comercial que me atendió, al ver que yo lideraba la conversación, me preguntase rápidamente: «El coche es para ti, ¿verdad?» y a partir de ese momento yo fuera su única interlocutora, tanto para hablar de tapicerías como de caballos. Bien.

Después de una negociación sin estupideces extremas ni cosas raras, llegamos a un acuerdo sobre el precio y empezaron los papeleos. Me pidieron la información habitual – el carnet, mis datos personales, etc- y revisaron mi historial de crédito (concepto que explicaré en un podcast próximamente), el cual es perfecto. Me dijeron que mi coche nuevo no estaría listo para entrega hasta el día siguiente, pero que podíamos ir firmando ya todos los papeles. Fenomenal.

Justo antes de firmar, el Director financiero me expresa su preocupación por mi status legal. De nuevo, mi permiso de residencia -solicitado hace ya más de 3 años- sigue sin llegar, así que, a pesar de que soy una inmigrante legal  (y siempre lo he sido), no puedo demostrar que soy residente de este país y no una simple turista, incluso llevando años casada con un americano, trabajando, cotizando y residiendo oficialmente (inscrita en el Consulado) en Miami. Ofrezco mi permiso de trabajo, le hacen copia. Ofrezco tarjeta de seguridad social (que es la identificación financiera, por así decirlo), y también hacen copia. Me dicen que con eso creen que bastará. Firmamos, «vuelvan mañana a por el coche.» -«Gracias, adiós.»

Pero hoy cuando he ido a recoger mi coche nuevo, me han dicho que el banco con el que trabajan estaba poniendo problemas para aceptar mi solicitud de «lease». He tenido que llevar todos mis papeles en regla con inmigración donde se ve que estoy en proceso y que no es mi culpa si aún no me han dado la residencia permanente (o Green Card) todavía, ya que el proceso, según varios abogados consultados, se demora ahora hasta un 300% más de lo que se demoraba en la época pre-Trump, especialmente si tu solicitud se tramita en alguno de los lugares más afectados por la inmigración, como es el caso de Miami. También he mostrado mi último i-94, donde se ve mi última entrada legal al país, mi pasaporte… En fin, no he enseñado la radiografía que me hicieron en el dentista el otro día donde se me veía una caries, pues de milagro.

Mientras iban arreglando «esta pequeñez burocrática» -en el concesionario estaban seguros de que los del banco terminarían aceptando- yo iba traspasando mis cosas al coche nuevo, me han atornillado mi matrícula, he anillado la llave nueva en mi llavero. Y cuando, ya sentada en el asiento del conductor, con el coche en marcha, el comercial que me vendió el coche me estaba explicando cómo sincronizar las apps del teléfono con la pantalla, ha venido su jefe y, apoyándose en la ventanilla abierta de mi lado, me ha dicho: «Belén, lo siento muchísimo, pero el banco no me deja venderte el coche. Créeme que he hecho todo lo que he podido, pero no hay manera de que den su brazo a torcer.»

¿Y cuál es la solución? ¿Me vuelvo a ir con mi coche anterior y aquí paz y después gloria?

La única solución, si quiero ese coche, es que mi marido, ciudadano americano, firme en los papeles también.

«Créeme que si por mi fuera, esto estaba fuera de toda duda: tu historial está ahí, no has pagado tarde una factura en toda tu vida en este país. Has tenido ya dos coches previamente que has pagado siempre, sin ningún incidente. Eres la clienta ideal. Créeme que lo siento yo más que tú, porque soy el primer interesado en venderte este coche, pero estoy atado de manos por el banco. No se fían.»

Y, en ese momento, delante de ese señor con cara de preocupado por no poder cerrar las ventas de febrero y de ese niño jovencito que veía esfumarse su comisión, se me han saltado las lágrimas de pura rabia mientras marcaba en el teléfono el número de yankimarido y le decía que me iba a tener que ayudar. 

Porque llevo más de 6 años residiendo en Estados Unidos siempre legalmente y trabajando, ganando dinero, pagando mis impuestos, pasando por el aro en TODO y aportando a este país -creo yo- bastante más cosas buenas que malas.

Porque bastante me jode a mi que en los últimos tres años no solo no me hayan concedido ya la residencia, que no sé a qué estamos esperando, sino que haya expirado incluso mi permiso para viajar y ahora esté a la espera de que en inmigración les dé la gana hacerme caso y me vuelvan a permitir salir de aquí para poder visitar a mi familia.

Y ahora no solo no puedo salir del país sino que tampoco puedo comprarme el coche que quiero yo sola. Necesito a un americano «salvador» que firme también los papeles. Que afortunadamente lo tengo, pero no os imagináis lo que me escuece sentir que ni soy tan libre ni tan independiente como debería.

Es la sensación de que eres menos que otros, o la certeza de que eres una ciudadana de segunda. Que el banco, que no sabe quién soy (ni le importa), prefiera a cualquier estadounidense endeudado hasta las trancas como cliente antes que a mi, inmigrante con cuentas saneadas.

Así que a todos aquellos que alguna vez han criticado lo «desagradecida» que soy al criticar el país que me ha abierto las puertas «de par en par»; a todos los americanos a los que se les llena la boca con eso de que «esto es una tierra de inmigrantes»; a los que creen que Trump está haciendo las cosas bien en materia de inmigración (o en cualquier otra materia, dicho sea de paso); y a los que siguen creyendo en los unicornios que trotan en los prados del sueño americano y en que este es el país de las oportunidades, solo les digo una cosa:

Mis cojones treinta y tres.

 

Os mando un abrazo. Indignado, pero abrazo.

Ya se me pasa.

Belén

 

 

 

 

 

 

Type at least 1 character to search