Por ahí van los tiros

Ya han pasado diez días desde que un chico trastornado entró en ese instituto de Parkland, Florida, en busca de venganza. Había avisado de que iría, había dicho que quería matarlos a todos. Tenía 19 años y era un enfermo mental. Un enfermo psiquiátrico con mucho odio, una AR-15 y mogollón de cartuchos. Entró a su antiguo colegio rifle en mano y se lió a tiros. Un profesor cayó muerto cuando abría una clase para que se escondieran sus alumnos, salvándoles la vida. Uno de los entrenadores recibió dos balas protegiendo a dos de los chicos del fuego abierto. Ratatatatá. Imaginad qué pesadilla.

A lo largo de las dos últimas décadas, las masacres en centros educativos han ido in crescendo. No hablo ya de tiroteos en centros escolares, sino de masacres con múltiples víctimas. En esta última han muerto 17 personas, dos más que en Columbine, en el 99, que fue el ataque que marcó un antes y un después.

No sé si habéis visto el documental Bowling for Columbine, de Michael Moore pero, si no es así, os lo recomiendo. Yo lo vi hace mucho y no me importaría verlo otra vez. Aquella película lanzó a Moore al estrellato internacional pero también fue el detonante para que nunca jamás dejase de recibir amenazas de muerte durante el resto de su vida.

La masacre de Columbine, perpetrada por dos adolescentes que mataron a 12 alumnos de un instituto, a un profesor, e hirieron a otra veintena, abrió el debate sobre el control sobre las armas de fuego, pero también se empezó a hablar del bullying, del uso de antidepresivos en adolescentes, de los marginados, de las tribus urbanas, de si Marilyn Manson había tenido la culpa, o si había sido por los videojuegos, cada vez más violentos.

Pero, después de muchas vueltas, no llegaron a demasiadas conclusiones. A pesar de que se prohibió, por ley, vender armas de fuego tanto a menores como a criminales, nunca se aclaró el vacío legal que hay a la hora de comprarlas en las ferias de armas o entre particulares.

Después de aquello, hubo más. Algunos más grandes, otros más pequeños. Muchos de ellos en universidades, otros en institutos, algunos en colegios. Pero en 2012 ocurrió el peor de todos, el tiroteo de Sandy Hook en Conneticut. Y digo peor no porque realmente lo sea, porque no hay víctimas más valiosas que otras, pero los veinte niños que se cargó otro enfermo mental en este colegio no tenían más de siete años. Aquello desgarró América. Aquello nos hizo llorar a todos. No me extraña nada que, cada vez que preguntan a Barack Obama cuál fue el peor momento de sus ocho años de Presidencia, recuerda su visita al colegio Sandy Hook.

Se pensó que algo grande cambiaría entonces. Obama pidió volver a tratar sobre el control sobre las armas. Se propusieron varias leyes que no llegaron lejos. Obama firmó varios decretazos a favor de un mayor control, como la ley que no permitía comprar un arma de fuego a personas diagnosticadas como enfermos mentales. Esa ley fue revocada, a golpe de decretazo también, por Trump según llegó a la Presidencia. El otro día prometió que la iba a volver a poner, como si no hubiese sido él quien la revocase antes. Un circo. 

Obama, en 2013, se tomó como objetivo personal la necesidad de poner límites al campo de las armas de fuego. Puso como ejemplo la eficacia que habían tenido medidas como el cinturón de seguridad obligatorio o los controles de velocidad para aliviar el número de víctimas en las carreteras, y así intentó explicar a América que, por su propia seguridad, el uso de las armas debería estar limitado. Nunca sugirió siquiera el eliminar la segunda enmienda, prohibir las armas, retirarlas de manos de los ciudadanos. Pero la NRA (Asociación Nacional del Rifle) y todo su inmenso poder (es uno de los 3 mayores influenciadores de Washington) se le echó encima y, con ella, todo el bando republicano que está financiado por este organismo. Se llegó a decir que los niños muertos de las imágenes de Sandy Hook eran actores, que era todo una puesta en escena para dar pie a que Obama les quitara las armas, para que el Gobierno tuviera todo el poder, para dejar a los ciudadanos indefensos. Este mensaje cala profundo en la población, ya que en la cultura americana no se confía fácilmente en el prójimo. La gente se compra una pistola para defender su casa porque no confía en que la policía vaya a llegar a tiempo (cosa que no me extrañaría si vives en un rancho perdido en Montana). La gente no confía en que el Gobierno vele por sus intereses. No existe estado del bienestar. No existe el concepto «papá Estado». No quieren que ningún Gobierno les diga lo que tienen que hacer con sus rifles de caza o sus armas de asalto. Se sienten libres sabiendo que las pueden tener y, cualquier cambio en ese aspecto, hace que sientan todo lo contrario: opresión.

Los demócratas pierden votos cada vez que abren la boca para hablar de la necesidad de poner límites a la compra-venta de armas, así que aprendieron a callarse. Al fin y al cabo, hay muchos otros ámbitos en los que necesitan hacer mejoras (sistema sanitario, educación, medidas sociales) así que creo que muchas veces sacrifican esa batalla con tal de poder tener opciones en otras luchas. Y por eso, porque ningún partido político realmente da un golpe en la mesa y dice «Basta ya» (basta ya de aceptar millones de la NRA, vaya), no avanzamos.

Después de ver que prácticamente nada cambió tras la masacre de esos pobres niños, soy muy escéptica cada vez que hay otro tiroteo y se reabre el debate de las armas. Se reabre en la cocina de mi oficina, en la calle, en las tiendas, en las cenas familiares. Pero no se abre en el Congreso ni en el Senado. Se da la vuelta a la tortilla, se habla de la necesidad de mejores tratamientos psiquiátricos, de los inmigrantes, de ISIS, de cualquier cosa menos de que las armas matan. 

Sin embargo, quiero creer que esta última matanza ha servido para algo y que el movimiento #NEVERAGAIN que han iniciado los estudiantes de este instituto que han sobrevivido a ella llegará a algún puerto, aunque sea a muy largo plazo. En los últimos diez días, han conseguido estar en directo en la CNN Town Hall con Marco Rubio (senador republicano de Florida) y ponerle contra las cuerdas. Marco Rubio lleva aceptados más de 3 millones de dólares procedentes de la NRA en su carrera política, así que entenderéis que no haga nada en contra de las armas. «En nombre de mis 17 compañeros muertos por culpa de esa arma semiautomática, ¿puede prometerme entonces que nunca más aceptará un solo dólar de la NRA para su campaña, señor Rubio?» le preguntaron. Y el señor Rubio bajó la cabeza. La Wikipedia fue editada en ese momento, añadiendo ese día como «Fecha de la muerte de Marco Rubio». En Twitter se bromeó con llamar a los rifles de asalto AR-15 los «Marcorrubios» porque son «muy fáciles de comprar».

Los estudiantes están tirando de la manta. Y se les escucha porque son blancos, atractivos, de clase media, se expresan perfectamente en los medios, ya han recaudado millones para poder seguir haciendo manifestaciones y están en esa edad a puntito de poder votar en Florida, un estado de los que siempre hay que mirar en las noches electorales porque puede dar la vuelta a los resultados.

Pero, de momento, solo hay una nueva norma en el condado de Broward (donde está el instituto de Parkland): los guardias de seguridad ahora, en vez de pistola, llevarán rifles. En la rueda de prensa, un periodista preguntó si el modelo elegido es un AR-15 (el «marcorrubio»), igual que el que se utilizó en la matanza. El sheriff no quiso contestar. 

Seguiremos informando.

Un beso

Belén

 

 

 

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