Micromachismos, microrracismos y macroestupideces.
Qué acostumbradas (en femenino) estamos en España a los micromachismos. Esos camareros que te llaman «guapa» y «cielo» si vas sola y, si vas acompañada, ponen la cuenta en el lado de él para que pague. Los jefes que dan por supuesto que trabajarás para ellos «hasta que te preñes», los hombres que bromean con lo cara que le va a salir su hija cuando aún es solo una bebé o esas personas que consideran que a los 40 un hombre es «joven» pero una mujer no.
Por desgracia, el machismo no entiende de fronteras y, aunque os parezca mentira, he visto que hay otras nacionalidades que son infinitamente peores que la nuestra. Sin ir más lejos, el otro día fui a comprarme un coche (yo solita, que no necesito que nadie me de permiso) y en el concesionario me preguntaron varias veces si no tenía que llamar a mi marido. Pues no. Que quien lo va a pagar y lo va a conducir soy yo. Y, además, en mi caso concreto, yo soy la que más sabe de coches en mi casa, con diferencia.
También hubo otro momento en el que el vendedor que me estaba enseñando el coche, se empeñó en mostrarme el motor, a pesar de que le dije que no era necesario. «No, no, pero mira, mira qué bonito», me insistió él, con una sonrisa. mientras levantaba el capó. «Preciosos plásticos que cubren todas las piezas» – contesté yo.
Cuando devolví mi coche anterior, la persona que lo recibió también me sorprendió con la siguiente revelación. «Mira bien que no se te quede nada olvidado dentro… tú puede que no, pero hay muchos hombres que se olvidan de que guardan dinero en la guantera para sus cosas…, y luego me llaman lamentándose, jajaja». Interesante, en Miami hay quien guarda «guita» en el manual de instrucciones del coche.
Sí, la imbecilidad es un mal global. Y, por desgracia, no el único. Porque más aún que los micromachismos me sorprenden los microrracismos. Aquí todo el mundo da por hecho que si eres negro, tienes mil hijos, por ejemplo. A mi, el vendedor de coches me dijo, orgulloso, que el modelo que yo andaba mirando era «100% hecho en EE.UU, al contrario que mi antiguo VW, que estaba fabricado en Mexico», lo cual no es un gran argumento de venta para mi, ya que no puede darme más igual qué país fabrique el coche, pero disimulé cierto agrado con un par de dosis de sarcasmo haciéndome la interesada «¿Sí? ¡Qué bueno!», por lo que el vendedor se vino arriba: «Sí, tenemos varias fábricas en Estados Unidos, dando empleo a miles de americanos». Yo asentí con la cabeza en señal de apoyo total a la patria: «Uy, qué bien. ¿Y en qué estados están esas fábricas, principalmente?». El vendedor, contento por mi muestra de interés, se animó más: «Pues… mmm… tenemos una fábrica muy, muy importante en Canadá…, otra en Texas…». «Pero Canadá no es Estados Unidos» -repliqué. «No pero… no es México, tú me entiendes».
No, la verdad es que no lo entiendo. Si vamos a apoyar que el país en el que vivimos tenga menos desempleo, vale. Si vamos a apoyar que en todas las naciones del mundo haya fábricas que den empleo a su gente, también vale. ¿Pero cómo es que está bien que el coche esté hecho en Canadá pero no que esté hecho en México? Curioso.
Tras mi conversación de besugos con el vendedor, llegamos a un acuerdo en el precio del coche y empezó el interminable papeleo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me dicen que necesitan la aprobación del jefe porque yo no soy ciudadana americana y, a pesar de que ya tengo «excelente crédito», si no ponía el coche también a nombre de mi marido, tendrían que «revisar mi caso». Me pidieron todo tipo de papeles, incluyendo mi certificado de matrimonio, y bromearon sobre su utilidad diciendo que «quién sabe si no me divorciaría mañana mismo». Tras marearme y, por qué no admitirlo, ofenderme por tratarme no sólo como si fuera gilipollas sino también como si fuera una inmigrante ilegal, me fui a la competencia y me compré otro coche distinto.
Comprarse un coche aquí es una auténtica pesadilla. Te marean, te hacen esperar, te intentan engañar con el precio, te aprietan todo lo que pueden, te atosigan y, sobre todo, te aburren. Pero si encima tienes que aguantar micromachismos, microrracismos y macroestupideces, apaga y vámonos, ¿no creéis? Que nosotras valemos mucho más que eso.
¡Os mando un besazo!
Belén