Nueve años y reseteo.

Facebook me avisa de que, hace 9 años, el 14 de octubre de 2013, publiqué la localización de mi trabajo en Madrid con el texto: “Último día”. No podía más de la emoción. De los nervios. De la alegría. Al día siguiente cogía mi avión sin billete de vuelta. Mi vida estaba a punto de irse a tomar viento. Y eso era justo lo que yo buscaba. Irme lejos.

Nueve años más tarde, lejos estoy. Y este año, además, he vuelto a dar una zancada y a esconderme otro poco. En vez de estar en Miami, ahora estamos en un lugar más recóndito, más difícil de llegar para todos. Más exótico para mi. Más difícil, o más fácil, según se mire. Y he vuelto a encontrar mi paz. Desde marzo, Chattanooga (Tennessee) es “casa”. Aunque Miami siga siendo un poco “casa” también. Y de Madrid ya ni hablamos.

Hace justo un año escribía que sentía que mi tiempo en Miami hacía tiempo que había terminado. Y, efectivamente, ya no aguantaba más. Afortunadamente, un par de meses más tarde tomamos una decisión enorme y decidimos dejarlo todo atrás y marcharnos.

Este año ha sido purificante. Vender las pertenencias que habían venido conmigo desde Madrid a Miami y que habían formado parte de mi antigua vida en España, fue casi liberador. Adiós, recordatorios constantes. Hola, recuerdos a los que accedo cuando quiero.

De Miami nos llevamos una lámpara art-decó de la abuela de Yankimarido, unas mesitas de metacrilato, una cajonera pequeña y una silla de oficina que acabábamos de comprar. El resto de muebles y hasta los cuadros terminaron en otras manos.

La limpieza fue brutal. Regalé casi todos mis libros. Doné casi toda mi ropa. Decidí qué era importante y qué no. Intenté reciclar las pilas. No fui capaz.

El estrés, durante los 3 meses que tardamos en decidir que nos íbamos y desprendernos de todo e irnos de verdad, fue brutal también.

Para mi, era la segunda vez que me alejaba de los míos para mudarme a una ciudad que no conocía bien siquiera. Para Yankimarido, esta era la primera. Volvió a haber despedidas. Y emoción. Y nervios.

Nos llevamos las tres cestas de Pancho, aunque regalé su transportín a una amiga, vendí el carrito a una señora y doné al refugio todos los muñecos que hacía años ya que ignoraba. También él, sin saberlo, cerró una etapa.

Y, después de una paliza tremenda de mudanza, aquí estamos. En una ciudad pequeña que me confirma lo que siempre he sospechado: que nacer en la capital no es garantía de ser urbanita.

Celebrando mi noveno yankianiversario en el sur de Estados Unidos, después de habernos mudado a 1.250 kilómetros más al norte.

Porque todo es relativo.

Tachamos el 9 y vamos a por la década estadounidense.

Seguimos.

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