Octavo aniversario

Esta semana se cumplen ocho años de mi salida de España o, lo que es lo mismo, mi llegada a Miami. Y cada año, un post aquí, como si fuera una muesca más en la culata.

Este año, el aniversario me pilla poco preparada. Después de pasar seis semanas en España, tengo el filtro de la nostalgia casi a estrenar, he vaciado allí todas mis penas, he comido todos los manjares, me he resarcido de todo el tiempo perdido. Pero no ha habido ni un solo día de ese mes y medio, ni uno solo, que no haya hecho cálculos y planes para intentar poner una fecha de vuelta.

Ocho años en Miami ya. Ya he vivido más tiempo fuera de casa de mis padres en Miami que los años que viví en Madrid. Acabo de echar la cuenta. He sacado la calculadora, porque no me fío de mis matemáticas. Pero sí, parece que sí. Que he pagado más recibos de la luz a FPL ya que a Iberdrola desde mi cuenta bancaria. Afortunadamente, con importes relativamente más bajos. Alguna ventaja tenía que tener vivir aquí.

No, ahora fuera de broma, claro que tiene ventajas vivir aquí. Pero pocas. O, mejor dicho, poco importantes, a mi parecer. La luz es más barata, pero gastamos muchísima más energía que allí, con el aire acondicionado todo el santo día puesto, hasta cuando no estamos en casa, porque si lo apagas, la humedad aparece inmediatamente en forma de moho. La gasolina también es más barata, pero los coches están hechos también para consumir más, apenas hay modelos híbridos y eléctricos en comparación con España, y los atascos son monumentales, ya que todos vamos en coche en esta ciudad. ¿El trabajo es mejor? No sé si mejor, eso depende de cada industria y de cada empresa, pero lo que sí es cierto es que trabajo, al contrario que en España, hay, lo cual es de agradecer. Para ciudadanos estadounidenses o gente que venga ya con papeles, claro está, no os planteéis venir a lo loco, que venir de ilegal es una idea francamente mala. [Diría que hasta venir de legal es mala idea, pero lo de cómo las empresas explotan hasta el infinito a sus trabajadores a cambio de un triste visado es un tema más apropiado para otro momento y no me quiero desviar. Sobre todo porque estábamos hablando de ventajas. Belén céntrate: ventajas.]

Vivir en Miami tiene otras ventajas. Casi todos los días hace sol, nunca es necesario hacer más de dos maniobras con el coche, si no te apetece hablar inglés, en español todo el mundo te entiende y es francamente entretenido observar la fauna -literal y metafóricamente hablando- que merodea por estos lares.

Aún así, en el último año, he llegado a la conclusión de que Miami, para mi, hace tiempo que ha terminado. Desde que subimos a pasar el mes de noviembre 2020 a Boston, llevo dándole vueltas a la idea de mudarnos a otros lugares. Pero la idea inicial no fue tan fácil como yo pensaba y, a medida que han pasado los meses, el tema se ha ido haciendo más complejo, más atrevido y también más emocionante. Aún así, es solo una utopía, un plan de futuro como también hubo tantos otros, una luz al final del túnel que, de momento, solo nos sirve para guiarnos.

Mientras tanto, sigo viviendo en Miami. Un poco por inercia, la verdad. Miami es, y siempre será, un lugar en el que me sienta cómoda, porque tengo trabajo y familia aquí, y porque ya me lo conozco de arriba a abajo. Sé de qué pie cojea, sé lo que puedo esperar de esta ciudad, que es poco, y de su gente, que también es poco.

Aún así, reconozco que Miami me ha dado muchas cosas buenas durante estos últimos ocho años. Buenísimas, de hecho, y me las recuerdo a mi misma en todos los aniversarios. Para empezar, me dio una vida nueva, una independencia maravillosa y ha sido el escenario que me llevó a tomar unas cuantas decisiones acertadas. Y para seguir, me ha dado un marido fabuloso que me quiere y un perrito monísimo que me ladra. Risas y un amor sin fin como no hubo nunca igual en España. Camas y sofás grandes en casas grandes con vistas paradisiacas. Un blog, que se convirtió en cuenta de instagram, que pasó a ser un podcast y terminó siendo un canal en Patreon. Una vocación por fin en mi vida, si me apuras.

Ocho años dan mucho de sí. He vivido dos elecciones generales aquí ya, un huracán y más de una docena de amenazas de tormenta. He tenido ya tres coches distintos. He trabajado en tres empresas diferentes. Me he mudado seis veces de casa. Y he cogido un total de siete aviones que tenían rumbo a España. Todos ellos con billete de vuelta.

Porque al final, aunque algunos días me guste más y otros me guste menos, aquí es donde tengo mi casa. Y tengo claro, clarísimo, que mi vida de emigrante y descubridora de las Américas aún no ha acabado.

Así que seguimos. Os mando un abrazo.

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