Capítulo Cinco: «Stephan»

Estar preso es un estrés… Y un ruido… Es que hay perros que no callan, no. Y me quejaba yo del Baby. Aquello era un infierno, ladra uno y se animan todos. Lo peor es cuando vienen a ponernos la comida, que nos ponemos nerviosos y así uno termina atragantándose de la manera más tonta. Luego aguántate el pis y la caca, que ahí no hay «pad». Pero no te creas que te sacan mucho y alguno se escapa.

No, no es muy agradable estar preso. Y si a eso le añades que ves que hay perros que salen de su jaula y no vuelven, pues peor. Que oye, que igual es que les han adoptado. Pero, ¿y si no? ¿Y si se los han llevado a la cámara de gas? El no saber es lo peor.

No sé cuántos días pasé ahí, en Animal Services, pero creo que fueron pocos. Un día vino la señora que me había metido a mi en la jaula con otra señora que tenía una melena muy rizada y una voz muy aguda. Se pararon las dos frente a mi puerta y la señora de la perrera le dijo:

– Este, Marge.

– Pero este no es Schnauzer. -dijo Marge, torciendo la nariz.

– No, pero da el pego. Allí le dais un baño y este queda bien. Se porta bien. Y sabe hacer pis fuera. Fíate de mi, este es de los buenos.

– Bueno, venga. Pues me lo llevo.

El perro del piso de arriba me ladró un «¡Todos los tontos tienen suerte!» a modo de despedida y yo me fui tan contento porque parecía que me habían adoptado en tiempo récord.

Luego me enteré de que Marge no me quería adoptar. En realidad ella era voluntaria para una protectora de animales, que es otra perrera pero más tipo hotel-spa. Ella de vez en cuando se acerca por la perrera-cárcel y elige a los perros que ve que pueden ser fácilmente adoptados en la protectora antes de que nos aniquilen. Por alguna razón desconocida, tiene debilidad por los Schnauzers, así que suelen ser los únicos que se salvan. Pero yo, como tenía así el pelo revuelto e iba recomendado por la otra señora por el tema del pis fuera, pues le debí de caer en gracia.

Me metieron en una furgoneta junto con dos Schnauzers que me miraron con la superioridad que da el ser de pura raza. Gruñí por lo bajini «Mucho pedigrí y mucha historia pero estábais ahí en la cárcel igual que yo, listos» pero no me oyeron.

Cuando llegamos, me habían vuelto a hacer el lío porque en vez de un hotel, aquello era más bien un hospital. Entre dos chicas con bata, me pesaron, me midieron, me dijeron que tenía pulgas, me metieron un termómetro por el culo, me miraron los dientes, me enchufaron con una linterna en los ojos, me metieron una cosa en los oídos, apuntaron todo en un informe y me dejaron en una jaula igual que la de la cárcel pero con una toalla más limpia.

– ¿Este sabemos cómo se llama? -preguntó la chica que estaba rellenando el informe a la otra de la bata.

– No, venía sin identificar.

– Bueno, pues algo tengo que poner de nombre.

– Ponle Stephan, que tiene cara de Stephan.

– ¿Como Gloria Estefan?

– Sí, pero con ph, que queda mejor.

Y así es como pasé a tener un nombre espantoso. Stephan, pfffff.

Yo la verdad es que prefería ser «Nooooo!»

 

Continuará…

 

 

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