Memorias de mi juventud. Prólogo.

He recibido muchos mensajes preguntándome cómo aprendí inglés, si es que lo aprendí en Miami o si ya sabía yo de antes. Creedme, en Miami no se aprende inglés a no ser que te cases con un yankimarido que te corrija como a mi. Los dos primeros años que viví aquí, creo que mi inglés fue a peor en vez de a mejor.

Yo aprendí inglés en academias de idiomas y yendo los veranos a estudiar con familias. Primero fui 5 veranos a Irlanda, donde me alojé cuatro años seguidos con una misma familia (después de aquello tuve una mala experiencia con la quinta familia pero nada que no fuera solucionable cambiándose de casa) y donde aprendí el 90% del inglés que sé hoy gracias a un programa de clases infernal dirigido por monjas por el cual tenía que leerme un libro muy superior a los recomendados para mi edad (me tocó uno de James Bond (Solo se vive dos veces) cuando tenía 10 años, El gran Gatsby cuando tenía 11, The Village cuando tenía 12, Jane Eyre cuando tenía 13 y  Rebelión en la granja cuando tenía 14, si no recuerdo mal), prepararme un discurso sobre un tema y pasar un examen oral y escrito del Trinity College a final de mes. Si no aprendías inglés de aquella, muy bruto tenías que ser.

Después de pasar todos los niveles, mis padres (por fin) me dejaron irme solamente de familias, sin curso intensivo, y me mandaron con mi amiga Elena a pasar un verano en Estados Unidos. Todo muy guay, imaginaos, dos adolescentes amiguísimas pudiendo elegir a qué estado queríamos ir a pasar dos meses sin padres, desmelenadas. Como Elena había ido ya a California, decidimos Florida, por aquello de Disney World.

Recuerdo que completar el formulario que iría a nuestras familias era toda una misión. No era tan fácil conseguir (buenas) fotos de familia que pegar allí por aquella época, y había que hacer una descripción de uno mismo y de por qué querías que una familia te escogiera. Rollo niña saharaui pero en pijo. Un poco antes de irnos, nos llegó la asignación de nuestras familias: las dos viviríamos en el pueblo de Spring Hill, cerquita de Tampa. A Elena le tocó un matrimonio joven sin hijos. A mi, me tocó una familia tan, tan surrealista, que les apodé «La casa de Julio Iglesias».

 

 

Continuará…

 

 

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