El #SpanishTour
Cuando dije que, durante dos semanas, hablaría de las rarezas españolas en vez de americanadas en mi perfil de Instagram, fuisteis varios los que me dijisteis que yankimarido no se iba a sorprender de casi nada, ya que, al fin y al cabo, son los americanos los exagerados, los frikis, los que están locos, los que tienen todo a lo grande. Pero os recuerdo que si nosotros tenemos choque cultural cuando llegamos a Estados Unidos, es porque las diferencias -abismales para según qué cosas- son evidentes para ambas partes.
Para yankimarido, el viaje a España fue una experiencia exótica y, a pesar de que él sabía bastante de nuestra historia desde tiempo antes de conocerme y que yo le había explicado muchas, muchas cosas, relacionadas con nuestra cultura popular, era inevitable que se sorprendiera de mogollón de detalles que a nosotros, por corrientes, nos pasan desapercibidos.
Para empezar, ver una catedral por primera vez es como conocer el mar por primera vez, o ver nevar por primera vez. Seguramente, ninguno de los que me leéis recordaréis esas experiencias. Yo no tengo ni idea de cuándo fue la primera vez que entré en una catedral pero seguramente sería poco más que un bebé. Por eso, y porque las estudiamos en nuestros años escolares de arriba a abajo, literalmente, miramos hacia arriba y pensamos «bonito rosetón» o «esta es gótica, que tiene arbotantes» y, aunque nos maravillen y nos parezcan gigantescas obras de arte, en el fondo, muy en el fondo, estamos acostumbrados a su existencia. A su forma, a sus retablos y a los mil y un detalles propios, ya no solo de las catedrales, sino de cualquier iglesia. Yankimarido, de familia judía reformista, alucinaba con el agua bendita, con los confesionarios, con las capillas, con el efecto de los rayos de luz a través de las vidrieras, con las lápidas de los nobles y de los obispos, con las maquinitas donde, a cambio de una moneda, se enciende una vela. Las catedrales, vistas a través de sus ojos, cobraron nueva vida. -«¿Y aquí, aunque haga mucho calor fuera, hace fresco en verano?»- preguntaba, fascinado.
Y si solo fueran las catedrales… pero es que cualquier pueblo, o pueblucho, español cuenta con una iglesia del siglo XIV, por lo menos. De Lerma a Santo Domingo de Silos, en Burgos, atravesamos por carretera comarcal -sin arcén, para sorpresa de yankimarido- por Quintanilla del Coco, donde viven 60 personas, o por Santibáñez del Val, cuyo censo dice que son 47. Pueblos diminutos, de tan solo unas docenas de casas bajas, algunas en ruinas, pero todos con su torre de iglesia románica, con su campanario e incluso, algunas, hasta con nidos de cigueñas.
El paisaje fue también muy chocante para yankimarido. Nacido y criado en Miami, donde la única «montaña» que hay es un montículo que hicieron para tapar las vistas desde una urbanización al vertedero, ni hay grandes extensiones -fuera de los Everglades- de terreno no habitado, se sorprendía muchísimo cuando, nada más salir del centro de las ciudades, lo que se veía por la ventanilla del coche fuera campo. Campo, sin más. Tierras donde no se cultiva nada, ni hay casas, ni fábricas. Simplemente, campo. Cotos de caza. Terrenos para que pasten los animales. Las largas hileras de olivos atravesando todo Jaén. Los toros de Osborne perfilando el paisaje. La tierra, tan roja en el sur y tan verde y montañosa en el norte. Los túneles que atraviesan las montañas y las carreteras que suben y bajan puertos. La nieve en Navacerrada y los bancos de niebla que, de noche, atravesábamos como si atropellásemos fantasmas. Los carteles en dirección a Algeciras escritos en árabe, los nombres grotescos de algunos sitios -como Despeñaperros o el río Mataviejas-, o que una de las principales entradas a Sevilla se llame Avenida de Kansas City.
En el apartado de gastronomía, ya vísteis en los vídeos a yankimarido probándolo todo, es un valiente. Las berenjenas con miel cordobesas, las croquetas en todas sus variantes y la morcilla de Burgos fueron, probablemente, lo que más le gustó, pero no se queda muy atrás el omnipresente jamón, la fritura de pescado, las migas manchegas con chorizo y uvas, la sopa castellana o el cochinillo que, después de comerlo en casa en Nochebuena y repetir con las sobras en Navidad, lo pidió por tercer día consecutivo en Segovia y a punto estuvo de pedirlo, por cuarta vez, en Toledo. Los españoles nos llenamos de orgullo con esto de que los guiris engorden 10 kilos en sus visitas a España -«Es que en sus países no saben comer»- y razón no nos falta. Pero también os digo que yankimarido se sorprendió muchísimo de que, en prácticamente cada comida, hubiese patatas fritas de guarnición -como aquí- y, además, reconozcamos que tenemos muchas cosas raras. Las navajas, los percebes, los berberechos… Esos boquerones tan pequeñitos que se comen con cabeza y todo. Yankimarido tuvo que aprender aquí a pelar gambas y langostinos, ya que en Estados Unidos te las venden ya sin cabeza. Y cuando le enseñé, fuísteis muchos los que me escribísteis diciéndome: «¡Y se chupa la cabeza, que es lo más rico!». ¿Sois conscientes de lo asqueroso que suena eso, visto desde fuera?. No, no lo somos. Igual que no lo fue mi madre, que hizo calamares en su tinta para cenar, cuando le puso delante a yankimarido un plato hondo lleno de una sopa negra. Yo daba palmas con las orejas y rebañé todo lo rebañable. Yankimarido pescó los trozos de calamar y dejó la tinta, intacta, en su plato. «Si el caso es que de sabor, están buenos… pero se me hace muy raro mojar el pan en lo negro…».
También alucinó con el desparpajo y, a veces, la actitud, de los camareros. En un bar de carretera de esos de menú donde paramos un día a comer, el camarero protestó porque le hice repetirnos los postres 2 veces, para poder traducirle. «Ya sabía yo que me iba a tocar decirlo dos veces!» gruñó el tío, y se quedó tan pancho. En Sevilla, el camarero me llamó guapa y, acto seguido, me dijo: «El guiri este no se entera, ¿no?».
Nunca había sido consciente, hasta ahora, de la cantidad de pastelerías que hay en España. Y de que todo pueblo tiene sus propios dulces, pasteles o tartas típicas. Yankimarido, goloso a más no poder, quería probarlos todos. Hojaldres, mazapanes, mantecados, palmeras de chocolate, churros y porras, bombones, pastelitos, rosquillas, buñuelos, tarta de Santiago, cuajada, arroz con leche, helado de turrón, almendras garrapiñadas, bambas de nata, napolitanas de crema, perrunillas, tejas, nevaditos. Al final se quedó, en contra de su voluntad, sin probar la mitad. Pero al menos se llevó la experiencia de comprarle dulces a las monjas del Convento de las clarisas en Lerma, probó tarta de mazapán en Toledo y arrasó con la bandeja del turrón de mi madre. Porque sí, yankimarido, en toda casa española hay una bandeja de turrón durante las fiestas para ofrecer a las visitas, y las almendritas blancas siempre se quedan las últimas porque no las quiere nadie.
En casa, resultó que había múltiples objetos extraños, sobre todo en el lavabo. El bidet que, aunque yankimarido lo conocía porque vivió en un apartamento antiguo en Miami que lo tenía, sigue siendo un elemento bastante exótico, junto con los radiadores-toallero y los grifos de la ducha y la bañera, a veces, incomprensibles para él. También le pareció curioso que todos tuviésemos las llaves de paso del agua a la vista en el baño, el mecanismo de apretar un botón para tirar de la cadena (o tirar hacia arriba, si el inodoro es más antiguo) en vez de apretar hacia abajo la manivela que tienen ellos, o que los interruptores de la luz estén fuera, en el pasillo.
El reciclaje, omnipresente en nuestras vidas (mis padres tienen hasta 4 cubos de basura diferentes) y el ahorro de energía. La sana costumbre de ahorrar luz y agua, con los mecanismos nuevos de las cisternas, donde puedes tirar de la cadena usando solo media carga -y porque no vino hace unos años, cuando aún poníamos las botellas dentro de la cisterna…- o el mecanismo de los hoteles para encender la luz utilizando la llave de la habitación.
Y, en la calle, los coches. Renault, Citröen, Peugeot, Opel, Lancia, Dacia, Seat… todas esas marcas aquí no existen. Y todos son tan «pequeñitos», a pesar de la moda de los todoterreno, en comparación con los coches de aquí, los todoterreno españoles son de juguete. Los semáforos a la altura de los coches, en vez de en frente, como aquí. Las rotondas. Los radares en las carreteras, ya que aquí no hay radares fijos, son los «troopers» camuflados los que te pueden pillar con exceso de velocidad y te persiguen hasta que paras.
La cantidad de gente con bastones, muletas y en sillas de ruedas que vimos en Madrid. La gente sale a la calle, sea como sea. De pronto, me di cuenta de que, en los últimos cuatro años en Miami, solo he visto algunas sillas de ruedas eléctricas, pero no, nadie sale a la calle con muletas, no he visto a ningún ciego con bastón ni apenas vemos ancieanos de paseo con bastón o andador de apoyo.
Podría seguir, y seguir, y seguir… Pero creo que con esto es suficiente para convenceros de que sí, Spain is different. Por cada una de mis #americanadas hay una #españolada de las nuestras. No son ellos los raros, ni los frikis. Ellos tienen sus cosas, muchas, y aquí me tenéis a mi para contároslas todas, ya lo sabéis. Pero ¿y nosotros? ¿qué consideramos nosotros «normal»? Pensad en ello la próxima vez que vayais a la carnicería y veáis a los pollos y a los conejos pelados… Cuando veáis, en la pescadería, cómo os limpian un lenguado quitándole la piel en un periquete, ras-ras… Cuando escuchéis a un grupo de adolescentes cantar en la calle, o en el metro… Cuando veáis las campañas de los refugios pidiendo adoptantes para galgos rescatados de ser ahorcados tras la temporada de caza… Cuando vayáis, o veáis los carteles, este verano, de los encierros de vuestro pueblo. Cuando lleguéis tarde a una cena y todos se levanten de la mesa para darte dos besos… No por ser nuestra identidad, nuestra cultura y nuestras costumbres son mejores ni peores, ni menos raras que las que veo yo aquí, y me chocan, cada día.
Yankimarido ha hecho, sin esfuerzo, algo que yo pensaba que era imposible: ver una España distinta de la mía, de la nuestra, a pesar de ver las mismas cosas. Los españoles tenemos nuestras rarezas, nuestros defectos, nuestras virtudes y jamón, mucho jamón. Se me escapa la risa cada vez que pienso en su sonrisa de oreja a oreja cuando, en un supermercado, estiró la mano y, con un dedito, quiso tocar tocar la piel de la pata de un jamón.
-¡Jamón!
– Sí, de pata negra además..
– Y está por todas partes.
No le falta razón. Mirad a vuestro alrededor. Sobre todo durante las fiestas, vivimos rodeados, sin darnos apenas cuenta, de jamón serrano.
Y, la verdad sea dicha, eso es infinitamente mejor que estar rodeados de bacon.
Un millón de besos a todos,
Belén