Los políticos y otros animales
Basta, basta de hablar de la incompetencia de Trump. Ni de las elecciones de Francia. Ni del circo español. Basta de hablar de políticos cochambrosos, de encantadores de serpientes, de corruptos, de meapilas, de salvajes en traje a medida.
Porque hoy, amigos, os voy a decir algo: no estamos tan mal. Al menos, nuestros políticos, son seres humanos.
En Cormorant, un pueblo de Minnesota, el alcalde es un perro. Como os lo cuento. Se llama Duke y es un Montaña de los Pirineos, para ser más exactos. Tiene nueve años y es bastante amoroso, a decir verdad. Tanto, que lleva 4 años en el puesto y este año seguramente sea reelegido por quinta vez.
En Talkeetna, un pueblo minúsculo de Alaska, como no tenían alcalde, pusieron en el puesto a un gato recogido de la calle y lo llamaron Stubbs. Aquello ocurrió en 1997 y ahí sigue. Su principal tarea es recibir visitas (como cualquier alcalde humano) y, por las tardes, bebe agua en una copa. Como buen gato, básicamente hace solo lo que le da la real gana, y eso le ha llevado a sufrir algunos problemas de salud… Como cuando se cayó en una freidora (apagada, menos mal) o cuando tuvo un rifirrafe con un perro (de la oposición) que le llevó a una larga estancia en el hospital (veterinario).
En Sunol, localidad de California, Bosco no solo llegó a ser «alcalde honorífico» en 1981 por ser tierno, es que ganó unas elecciones, superando en votos a dos personas. Este cruce de Labrador con Rottweiler fue el primer «político perro», literalmente dicho, y estuvo en el puesto hasta su muerte, en 1994. Ahora hay una estatua en su honor.
Viendo el éxito de esta iniciativa, propongo extrapolarla al resto de políticos. Mariano Rajoy, sin duda, podría cambiarse por un periquito y no creo que notásemos la diferencia. A Pablo Iglesias, por un hurón. A Trump lo veo como uno de esos chihuahuas (irónicamente) que se creen que son pitbulls. Angela Merkel es, sin duda, un claro ejemplo de pastor alemán. Y así podríamos seguir con todos. Las reuniones del G-20 tendrían mucha más emoción, no me digáis.
Y, si no hacen nada de provecho y sólo ladran, estaríamos igual que ahora. Pero, al menos, la gente podría ir a acariciarles, que eso desestresa.
Besos a todos,
Belén