El fenómeno Ken Bone
Podría comenzar contándoos que, este fin de semana, ha habido un concurso de disfraces de perros en Tompkins Square, Nueva York, donde cientos de perros, junto a sus dueños, han comenzado a celebrar Halloween. He visto un video donde entrevistaban a una chica vestida de Caperucita roja junto a su Alaskan Malamute, con un pijama puesto, un gorro de ducha y unas gafas de cerca que hacía de «lobo-abuelita». Muy logrado. Aunque, como siempre, los dueños ganadores estaban a otro nivel (de enajenación mental): habían disfrazado a sus dos pobres perros de caramelos y algodón de azúcar y construido para ellos una carroza que simulaba ser una tienda de chucherías. Too much.
También podría contaros que, hace dos semanas, alguien grabó un video de un cocodrilo cruzando la calle a una manzana de mi casa y lo subió a Facebook. Lo puse en mi página, si queréis verlo. Si llego a ser yo la que se lo encuentra, me da un pasmo. Pero ya sabéis, esto es Miami.
Pero no quiero dejar pasar más tiempo sin escribiros sobre Ken Bone, ya que no sé si esto ha llegado a España y es lo suficientemente ridículo como para que el mundo merezca conocer esta historia.
Veréis, como estamos en la recta final de la campaña electoral (y menos mal que ya queda poco), ha habido 3 debates -a cada cual más surrealista- entre los candidatos Hillary Clinton y Donald Trump. Han tenido tanta audiencia que no me extrañaría que alguna cadena se planteara que debatieran todas las semanas un ratito, con un par de docenas de patrocinadores, y hacer caja de forma permanente gracias a este espectáculo. En estos debates, se recuperó ese espíritu que yo no revivía desde la primera edición de «Operación Triunfo» con Rosa, Bustamante y Bisbal. Aquí, los supermercados estaban a rebosar durante las horas previas, de gente comprando cervezas, helados y palomitas de microondas. Ese espíritu de no querer perderse ni el saludo inicial o incluso disfrutar de los comentarios previos como si fuera la alfombra roja de los Oscar. Y, encima, aquí los debates no tienen pausas publicitarias, así que son 90 minutos donde no puedes ni levantarte a hacer un pis. Y no hay excusas: si la próstata de Trump y la vejiga de Hillary aguantan, aun siendo setenteras, la tuya también.
El segundo debate incluyó participación del público. Colocaron allí a unos cuantos «indecisos» en representación de todos los segmentos sociales, que eran los encargados de formular las preguntas a los candidatos. Y, allí, en primera fila, estaba Ken Bone, con su jersey de ochos rojo y sus bracitos cruzados a duras penas, cual T-Rex. Un ciudadano completamente anónimo, con 34 años aparentando 56, residente de pueblo de Illinois en la América profunda, trabajador en una central de carbón, casado, tan formalito él. Su pregunta estaba relacionada con las nuevas energías y las respuestas no fueron, ni mucho menos, clave en el debate. Pero Internet se enamoró de Ken Bone, de su jersey y de su cara bonachona y, en cuestión de horas, este pobre hombre pasó de tener 7 seguidores en Twitter (dos de los cuales eran sus abuelos) a más de 250 mil. Al terminar el debate, le entrevistaron los de CNN y le preguntaron por qué había elegido ese jersey rojo, a lo que él contestó que, en realidad, tenía decidido ir al debate con un traje verde oliva pero, como había ganado unos kilos, al subirse al coche reventó el pantalón y tuvo que improvisar un plan B. ¡Bum! No hay nada como ser gordito y adorable para enamorar a este país. Al día siguiente, ya se hablaba de él como el «verdadero ganador del debate», «el novio de América» y «el líder que el país realmente necesita».
Ken Bone estaba encantado con sus 15 minutos de gloria, y los aprovechó todo lo que pudo. Concedió todas las entrevistas que le ofrecieron, siempre apareciendo con su jersey rojo a modo de señal de identidad, comenzó a twittear sin parar y hasta hizo una promoción con UBER. Se hizo merchandising con su nombre y el jersey de ochos pasó a ser la prenda más buscada para disfrazarse de Ken Bone este Halloween.
El bueno de Ken nunca se vio en otra igual.
Un par de días después de convertirse en un «fenómeno social», Ken Bone decidió dar una entrevista abierta («Pregúntame lo que quieras») en Reddit, que es una página/foro gigantesco donde puedes opinar y preguntar lo que se te antoje. Hasta ahí bien. El problema es que no creó un usuario nuevo, sino que utilizó el mismo que había usado antes, cuando a nadie le importaba un carajo su vida. Y, así, América descubrió que el mismo Ken Bone que les parecía tan amoroso dos días antes, en realidad era como el lobo disfrazado de abuela de Caperucita, ya que en su historial había búsquedas de fotografías de Jennifer Lawrence desnuda, había hecho declaraciones racistas, había contado cómo fue su vasectomía, cómo había estafado a su seguro, y había afirmado que le ponían las embarazadas. Ay Ken, qué torpe.
Era cuestión de horas que América zanjara el tema de Ken Bone. Os recuerdo que Trump es un pozo sin fondo de declaraciones misóginas, racistas, sexistas y homófobas que van saliendo cada día con mayor esplendor que el día anterior, y es imposible hacerle sombra a eso. Ken Bone tenía una vida limitada, hiciera lo que hiciera. Pero, el pobre, en vez tener una digna e indolora muerte por olvido, pasó de ser héroe a villano en el mundo virtual y, seguramente, también en su pueblo. Estados Unidos, con su doble moral, es un lugar difícil para vivir… pero Internet es un lugar aún mucho más cruel y despiadado.
Hoy, una semana después de su par de días de fama y gloria y su otro par de días de lapidación pública universal, Ken por fin tuiteaba: «El teléfono suena. ¿Otra entrevista? ¿Quizá un fan? No, que olvidé pagar la factura de la luz. Vuelta a la vida real.»
Me quedo con el video montaje que hicieron con él para el programa de Ellen deGeneres. Porque estoy segura de que él lo tendrá guardado, como oro en paño, en un disco duro. Y a sus abuelos, sus primeros seguidores en Twitter que, al contrario que el resto de América, quieren a Ken tal y como es, seguro que les hizo mucha ilusión.