Aaaalgo se muere en el alma…. cuando un amigo se va (tirirí titi tirirí)
A pesar de que, cuando llegué a Miami, hice todo lo posible por integrarme y no relacionarme con comunidades de españoles, cuando llevaba aquí un año estaba absolutamente harta ya del «drama latino», del mundo de las apariencias, de los micro (o macro) machismos femeninos y de muchas otras diferencias culturales abismales a las que me enfrentaba, por aquel entonces, de forma casi diaria. Aunque he de admitir que también conocí a personas de varias nacionalidades que merecieron muchísimo la pena y, en general, creo que toda aquella inmersión latinoamericana me enriqueció, me abrió la mente y me hizo ver que ni todos pensamos lo mismo ni yo siempre tengo la razón, cuando Leyre apareció aquel día por la puerta de mi oficina, me plantó dos besos, me dijo que teníamos amigos en común en Madrid y se quejó de las mismas cosas de las que me quejaba yo en el trabajo, fue como si un ángel (español) hubiese bajado a hacerme una visita.
Leyre inmediatamente se convirtió en «mi amiga española». Fue la que me llevó a comer a un restaurante español por primera vez en Miami. La que vio conmigo las películas de Woody Allen. La que pedía en Victoria’s Secret los mismos sujetadores que yo (según la dependienta, los que nadie quería, ya que aquí lo que triunfa son las cazuelas tipo cuenco de ensalada para las ensiliconadas o los súper rellenos para las pre-ensiliconadas). La que me ayudó a socializar con otros españoles. La que se apuntaba a comer con mis padres siempre que estos venían de visita. La que me llevó a una «fiesta vasca» en pleno Miami, con pelotaris y concurso de cortar troncos incluido… Con la que aparecí fotografiada en el diario As y por la que creo que mi padre, por primera vez en su vida, fue al kiosco a comprar un periódico deportivo. La que me consiguió los churros y el chocolate a la taza este invierno porque sabía que no podría comerlos en España. La que me trajo una maleta llena de ropa de allí. La única testigo de mi boda y la que grabó todo en directo para que mi gente pudiese presenciar ese momento tan especial. Una de las miles de personas que aseguraron, en la noche electoral, que si ganaba Trump se marchaban de este país… Pero la única que, efectivamente, lo ha cumplido.
Porque hace unos días, Leyre se volvió a España. Una gran oportunidad laboral hizo que cogiese el avión de vuelta a casa. Snif.
El día anterior a su marcha, la hice tres de sus cuatro maletas y, a cambio, heredé unas pesas, una jarra Brita, un montón de ropa monísima y varios otros miles de cosas que ahora no sé dónde meter. Y, aunque me alegro mucho, mucho, por ella -porque en España se vive requetebién y sé que a ella le irá de lujo- también (egoístamente) me muero de la pena cada vez que pienso que ya no está aquí. Porque no es tan fácil eso de hacer buenos amigos con los que no tengas diferencias culturales. Y a ver quién me va a llamar ahora «my weapon» (mi arrrma). A ver con quién voy a divagar yo ahora sobre las diferencias entre «ahorita» y «ahoritita»…
Una amiga menos en Miami, una amiga más en Madrid… Acostumbrada a ser yo la que se va, esta morriña es nueva… pero no queda otra, así que habrá que hacerse a la idea.
Ya lo decían las sevillanas: Algo se muere en el alma cuando un amigo se va.