Una vida con vistas

Sé que tengo el blog un poco parado, pero os aseguro que sigo escribiendo un montón. Notas, relatos, párrafos que se atragantan, otros que se vomitan… y así voy llenando mi casa de letras. En el ordenador, en internet, en blocs de notas, en mi teléfono. Y hoy, me he acordado de que hace tiempo que no escribo por aquí.

Creo que ya os dije que me he mudado (otra vez) y ahora vivo en otra zona de Miami, más al norte, con más vida y mucho más cerca de la playa que antes. Vivo en un piso alto, en el 14, aunque en realidad es un 13, pero les debió de dar yuyu y se saltaron ese número en el ascensor.

Lo mejor de mi casa es, sin lugar a dudas, las vistas. Estamos frente a la bahía que separa Miami Beach de Miami continental, y es una gran masa de agua con algunos islotes no habitados en el medio. Vuelan pelícanos a ras de mis ventanas. Al fondo, se ve Miami Beach iluminado por las noches, y el océano azul por las mañanas. En Nochevieja y en el 4 de Julio, se pueden ver más de 20 focos de fuegos artificiales diferentes por toda la ciudad.

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Ayer, estaba escribiendo en mi terraza. Me gusta escribir ahí porque corre el viento, se oye el agua chocar contra las rocas, tengo luz natural y he descubierto que mi vecina de al lado es una señora mayor española, de Madrid para mayor casualidad, que lleva aquí viviendo 30 años. A veces, ella también sale a su terraza y charlamos. Yo le piropeo sus plantas y ella me regala batallitas.

Allí estaba yo, absorta con el ordenador en el regazo y notando que ya me tenía que ir metiendo dentro porque me estaba quedando fría y sin luz, ya que estaba atardeciendo. Y, de pronto, oigo un chapoteo debajo, en el agua, y veo dos delfines saltando. Como os lo cuento. Flop, flop. Otra vez. Flop, flop. Tan bonitos. Delfines. Nadando libres. En mi casa.

Cuando llegué a Miami hace tres años, elegí el primer apartamento por las vistas. Se veía el mar y yo, madrileña como soy, nunca lo había tenido tan cerca. También se veían unas casas espectaculares y estaba alta, así que conocí, por primera vez, a los buitres americanos que vuelan en círculos durante el invierno. Después, me mudé a un apartamento bajo, pero con vistas a un lago. Y allí vi pasar a miles de patos, y patitos, en fila india, frente a mis ojos.

Después, me mudé a otra casa baja con lago en frente, pero allí no había patos. Lo que había eran garzas, blancas, grises y azules, que se posaban en la fuente y desplegaban sus alas enormes para secarse al sol. También vi iguanas. Y niños en bicicleta. Y una señora japonesa que no hacía más que caminar en círculos alrededor del lago, con el pelo envuelto en una toalla.

Ahora, en esta nueva casa, ya os digo que veo pelícanos. No me canso de verles pescar, clavándose contra el agua. Veo barcos. Veo puentes que se elevan para dejar pasar a los barcos. También veo delfines. Veo amaneceres y atardederes. Las ventanas están siempre abiertas, no hay nadie en frente que nos pueda ver de vuelta. La luz entra a raudales en toda la casa. Y yo miro,  y veo que el vecino de abajo saca por las mañanas las pajareras, llenas de periquitos. Y veo también a los vecinos de la casa de al lado, jugando con las motos acuáticas. A veces, alguna piragüa solitaria. Y no me canso de mirar y mirar, y me siento muy afortunada de estar aquí pudiendo verlo todo.

En Madrid, mi casa era también un bajo, pero no tenía lago delante. No tenía nada, salvo nuestro pequeño jardín. No veía a los niños pasar en bicicleta ni a los coches pasar. No veía quién venía ni quién se iba.  Y yo no veía nada más allá de mis propias plantas, mi propio césped y mis muebles de teca. A veces, se oía un ruido, o voces, o el coche de bomberos, pero yo nunca pude asomarme a la ventana y ver qué pasaba, ni enterarme de las historias, cotillear, ni comentar con los vecinos. Durante 7 años, no vi más allá de mi verja. Y no me importó.

Pero un día vas a otra casa y te asomas por la ventana, y ves que hay otro mundo ahí afuera. Que hay quien ve montañas. Hay quien ve la nieve. Otros, ven el trajín de las avenidas. Otros, detestan el ruido del camión de la basura. Hay quien observa a los gatos brincar por las azoteas de otros edificios. Hay quien ve a su vecina tender en las cuerdas de un patio interior.

Y llega el momento de mudarse, y decides que tu prioridad es que tu casa tenga vistas, a pesar de que durante 7 años no las has tenido, porque quieres conocer mundo, quieres sorprenderte, enterarte de todo, impregnarte de ideas para historias y dejar pasar la mayor cantidad de luz. Y, con cada casa, he ido ganando un poco, y he ido dándome cuenta de la cantidad de cosas bonitas que hay ahí afuera que sería una pena no ver. Miami tiene una luz especial. Y agua por todas partes. Y una fauna sorprendente. Y, en mi terraza, las historias salen solas.

Está claro que, si yo siguiera en Madrid mirando sólo mi propio jardín, no habría visto ayer delfines. No sé si me explico.

Besos a todos,

Belén

 

 

 

 

 

 

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